Ese fue el lema que iluminó el camino de la cruz este Viernes Santo en Goya. Los fieles se congregaron para reflexionar y conmemorar la pasión y muerte de Jesús en la cruz. Encabezó la nutrida manifestación de fe, la Cruz procesional. El obispo Adolfo Canecin elevó una oración al inicio del Vía Crucis y al finalizar entregó la Cruz al padre Boris Escobar Sejas, párroco de La Rotonda, en la capilla Medalla Milagrosa.
Los fieles colmaron unas cinco cuadras de procesión. En un clima de respeto y disposición orante, reflexionaron sobre diversas problemáticas que aquejan a los barrios de la ciudad y la humanidad toda en estos tiempos.
La depresión, las frustraciones, la ansiedad, el suicidio, el abandono, la falta de comprensión, la familia, los ancianos, la juventud, las personas privadas de libertad, los grilletes del individualismo y la tecnología, la empatía, la esperanza, los gestos cotidianos de amor y apoyo, la palabra amable, la mirada comprensiva y compasiva, la necesidad de devolver amor con amor -al decir de san Alfonso-, promover la vida en abundancia -en un mundo anciano-, los barrios con sus historias, buenas y no tanto, algunos olvidados, carentes de lo básico, gritos silenciados de quienes sufren la muerte en todas sus formas, así como la necesidad de una verdadera justicia, que no puede ni debe tolerar estructuras que crucifican…, fueron algunas de las aristas por donde se fueron entretejiendo las reflexiones y oraciones.