Chubut: La criminalización mata

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Hace casi cuatro años, en Chubut, el gobierno de Arcioni —con el aval político de los Fernández— avanzaba con el plan de zonificación minera. No era otra cosa que el avance extractivista, el sueño húmedo de gran parte del establishment político-empresarial para saquear estas tierras. Sin embargo, en Chubut, gracias a su tradición ambientalista, se había gestado algo: una fuerte conciencia ambiental, muy generalizada. Desde la pelea contra el basurero nuclear en los 90, las movilizaciones que enfrentaron el intento de avanzar con la mina de oro en 2000, y sucesivos intentos extractivistas que se repitieron hasta 2021.

Cuando Arcioni, con el acuerdo de los bloques de la UCR y el PJ, aprueba la zonificación, se produce lo que fue una rebelión obrera y popular. Es decir, cuando cientos salen a las calles, enfrentan a la policía e interviene la clase laburante, en este caso, sectores de la pesca. En esa rebelión participaron cientos y cientos de pibes y pibas que defendían el agua. La mayoría, clase trabajadora, familias precarias. No se comieron el verso de “más trabajo”. Enfrentaron a la policía en lo que fue una cacería, en una ciudad como Rawson, que por su diseño urbano es casi un laberinto. Entre ellos estaba Lautaro Martínez.

Luego de la caída de la zonificación —producto de la rebelión chubutense— el gobierno avanzó con un ataque de criminalización. Armó causas, salió a cazar. Esto lo graficamos acá, acá, acá y acá.

Todas las causas se fueron cayendo. Sin embargo, el gobierno logró —con otra causa armada— avanzar en la condena de ocho vecinos. El fallo se conocería este martes 22. Sobre el final del lunes, conocimos la noticia de que Lautaro se había quitado la vida. Al día siguiente, la jueza absolvió a dos de los ocho acusados, entre ellos, él. Parece una mala parodia de la vida, pero no: es la justicia, con su carácter de clase. Como brazo jurídico del Estado de los ricos, es una línea cínica absolver a un pibe que ya habían roto. Sobre el resto de los acusados, dicen sus defensores y los organismos antirrepresivos, no hay pruebas, las causas están armadas. Y nosotros les creemos.

El gobierno de Torres quiere votar este jueves un nuevo avance megaminero, y como punta de lanza plantea la explotación de uranio. No es menor que un día antes intenten penalizar a los ocho vecinos. Es un mensaje político. Es una línea extractivista que atraviesa la grieta y los unifica. Para Massa, la cordillera era una torta; para Bullrich y Milei, en la Patagonia solo viven guanacos y hay “enterrados” minerales para explotar. Un discurso de territorialización que viene desde hace más de cien años.

Por eso la criminalización de la protesta, la persecución, la estigmatización, son instrumentos más del Estado para flagelar cuerpos, romper voluntades, desmovilizar y desmoralizar.

Marx decía que la religión es el opio de los pueblos. Lo decía en un doble sentido. Por un lado, la creencia en un mundo mejor en el más allá anestesiaba las luchas del presente. La política cristiana, como ideología de Estado, jugaba el rol de frenar cualquier tipo de movilización que enfrentara las injusticias: no pelees ahora, cumplí con tu deber, con tu mandato divino, que en el paraíso te vas a liberar. Pero también, para Marx, cumplía el rol de aliviar los dolores cotidianos de una vida penosa. El campesino —en la época en que Marx pensaba esto— podía soportar su existencia difícil porque tenía la religión como creencia, la esperanza de un futuro mejor. El opio anestesiaba los dolores del presente.

Nosotros, por estos motivos, nos pensamos ateos y materialistas. No pensamos una vida por fuera de esta, una trascendencia por fuera de esta materialidad.

Y eso es algo difícil. Porque trascender, encontrarle sentido a todo este dolor, a todo lo que nos pasa, solo encuentra sentido en ser parte de una pelea colectiva, de un proyecto colectivo.

Para quienes tuvimos algún ser querido en una situación parecida a la de Lautaro, ayer no fue un día más. Más aún cuando sabemos que hay un rol del Estado (en todos los casos), pero en este en particular. Por eso nos organizamos. Por eso peleamos: para que a ningún pibe, en ningún lado, le falte el plato de comida; para que ningún viejo labure hasta morir; porque no nos arrodillamos ante los planes de saqueo colonial que nos quieren imponer los distintos gobiernos, de todos los partidos. Para que no haya ningún pibe más al que le rompan la voluntad. Militamos, y ahí se nos va la vida. Porque, como decía Trotsky, soñamos con transformarla para que sea hermosa, sin explotación ni opresión, y que las futuras generaciones la vivan plenamente.

Por eso estos días vamos a estar en la calle, buscando nuestra trascendencia, contra la megaminería. Como vos hiciste, Lautaro. Vamos a marchar por vos, y en honor a esta vida, que la vamos a cambiar. Tarde o temprano, la vamos a dar vuelta.

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